Milei y la estrategia de movilización permanente: lo que ya ganó y lo que le falta
Hace algunos años estaba en el top de términos más usados la palabra “populismo”. Con ese término se alude, entre otras cosas y casi siempre con una connotación negativa, a la estrategia de movilización permanente por parte de los líderes políticos. Hoy se sigue hablando de populismo, pero no tanto como antes. Sin embargo, la movilización es uno de los aspectos centrales de la política de hoy en día, sobre todo de la mano de las llamadas nuevas derechas (no tan nuevas ya), desde Trump a Milei.
La movilización política puede ser definida, siguiendo a Rosenstone y Hansen, en un libro llamado Mobilization, Participation, and Democracy in America, como el proceso por el cual la política induce a los ciudadanos a participar políticamente. La movilización también puede ser entendida como el apelo a la opinión pública, induciendo a tomar posición, aunque no necesariamente traduciendo esto en participación. En la actualidad y desde un punto de vista comunicacional, esa inducción es realizada a menudo apelando a la fuerte carga emocional de los mensajes. El sociólogo Juliano da Empoli, en su libro Ingenieros del Caos, muestra cómo líderes como Trump, Salvini o Bolsonaro recurren a los temores, los deseos y las frustraciones de la gente para conectar y movilizar, desde un enfoque divisorio entre un “ellos” y un “nosotros”.
La estrategia de movilización requiere que el escenario presentado desde la narrativa sea permanentemente de “momentos definitorios”, “grandes batallas”, luchas a todo o nada en las que se pone en juego el conjunto de los cambios llevados adelante. La permanente exaltación, no sólo mediante un lenguaje disruptivo y la hipérbole constante, sino que la exaltación del momento que se vive. Para una estrategia de movilización, todas son batallas decisivas.
El mega DNU, la Ley Bases, el Pacto de Mayo, todas son grandes batallas. Incluso medidas de menor alcance, como privatizaciones, desregulaciones y reforma del Estado adquieren un carácter siempre épico y decisivo. Desde esta perspectiva, el gobierno de Javier Milei viene siendo efectivo a la hora de conectar con su público objetivo y generar al menos una movilización en términos de opinión pública.
Pero si entendemos la movilización en el sentido de participación, emerge el hecho de que el gobierno reduce su capacidad de movilización al ámbito digital, especialmente en Redes Sociales. Esta es, sin lugar a dudas, una de las fortalezas de los libertarios, quienes desde hace algunos años comenzaron a crear un ecosistema digital robusto.
La movilización entendida como participación política fuera de la virtualidad todavía está en pañales para La Libertad Avanza. La formación del partido, con el acto inaugural allá por septiembre, fue un paso importante en esa dirección. El partido es más que el sello electoral, es la institución para canalizar la participación. La campaña de afiliación que lleva adelante LLA así lo demuestra.
Aquel acto en el Parque Lezama, para el que vinieron militantes de distintos puntos del país, dejó al descubierto otra cuestión: existe una tensión entre la estrategia de movilización y el anhelo de una presencia en la calle más robusta, y lo que efectivamente se logra. Se procura una escenificación de masividad mayor de lo que se tiene. Al oficialismo todavía le falta desarrollar mayor capacidad de movilización en la calle y en los actos. Está el germen, falta que crezca.
2025 será un año clave para que La Libertad Avanza consolide su performance de movilización permanente. Las redes sociales son el terreno ya ganado. La movilización en la opinión pública, entendida como tomar posición en los asuntos, muestra que hasta acá hay efectividad. Resta la movilización callejera y actos, que sin dudas ya está en la mira de los estrategas del gobierno. El objetivo, mostrar en carne y hueso la masividad del proyecto libertario.