La grieta y los límites del discurso contra la casta
La grieta ha sido un gran ordenador de la política argentina a nivel nacional desde por lo menos la crisis desatada con la Resolución 125, en el año 2008. Desde entonces, esa gran división de la política, pero también de la sociedad, ordenó casi todo: los que estaban de un lado, los que estaban del otro y los que intentaban posicionarse fuera de la misma o como opción de centro.
Hubo varios intentos de romper o superar la grieta, pero hasta ahora ninguno tuvo éxito. En las presidenciales de 2019 las dos principales coaliciones concentraron el 88,52% de los votos, casi 9 de cada 10 votos. Un estrangulamiento de lo que entonces se daba en llamar “la avenida del medio”.
Hoy la polarización ha perdido fuerza. El desencanto con las dos principales coaliciones a raíz a la luz de las experiencias de los gobiernos de 2015-2019 y 2019-2023, ha dado lugar a la emergencia de Javier Milei y un escenario que, si no es de tercios, al menos muestra un pérdida de votos de las dos grandes fuerzas.
Al día de hoy Milei se ha posicionado como la amenaza más seria para la grieta desde 2015 a esta parte. No sólo se trata del potencial de voto y el posible escenario de tercios, sino también de la dinámica del debate público: ya no son dos polos, Milei ha captado la atención pública durante gran parte del tiempo en los últimos años.
La principal fortaleza de Milei es ser el representante del voto contra los políticos tradicionales, “la casta”. Ha encarnado de tal manera el voto bronca, que incluso muchos de quienes declaran su intención de voto en el libertario no comulgan con sus ideales ni con sus propuestas, pero sí con la idea de votar en alguien diferente y/o contra los políticos “de siempre”.
Pero la de Milei es una fuerza nueva, sin raíces ni, de momento, un vínculo fuerte y estable con la sociedad. Distinto es el caso de Juntos y de Unión por la Patria. En primer lugar estas fuerzas se asientan sobre las viejas tradiciones políticas del antiguo bipartidismo: peronismo y radicalismo. En segundo lugar, ambas tienen a su interior dos identidades políticas fuertes, como son el kirchnerismo y el PRO, con un electorado fidelizado a lo largo de las últimas décadas. En la Argentina hay segmentos considerables de la sociedad que se identifican con el kirchnerismo o con el PRO. Es decir, estas fuerzas tienen raigambre en la sociedad, lo que se traduce en un piso de votos significativo.
Bolsonaro en Brasil, Macron en Francia, Vox y Podemos en España, hoy AfD en Alemania, son ejemplos de nuevos protagonistas que emergen de la crisis de los partidos que durante décadas moldearon la política de sus respectivos países. Esa crisis en Argentina no es total.
En suma, la representación de la que gozan las principales fuerzas le da al sistema político cierta estabilidad. Eso dificulta -aunque no hace imposible- el ascenso de las terceras fuerzas. Así, la polarización construída a partir de identidades políticas fuertes es un obstáculo para los discursos contra la casta, como el de Javier Milei.