La centralidad de “la casta” y la importancia comunicacional estratégica de elegir las palabras adecuadas

17 mayo, 2024 by

Hay una palabra que capta el clima de época y sintetiza al gobierno de Javier Milei y toda su discursividad: casta. Ese concepto sirve también como principal elemento a partir del cual se autodefine por contraposición el propio gobierno. Y si bien a esta altura ya resulta redundante hablar de la relevancia de “la casta” en la construcción discursiva y política libertaria, siempre hay algo más que decir…

“Los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo”, decía el filósofo Ludwing Wittgenstein en la primera mitad del siglo XX. La palabra casta, precisamente, lo que hace es representarnos la existencia de una clase política ensimismada en sus intereses y privilegios y divorciada del pueblo. Una única palabra crea o da cuenta de toda una realidad: los representantes se convirtieron en casta política.

El discurso libertario ha sabido situar a esa contradicción entre la casta y el pueblo como la principal contradicción política y social y como origen de casi todos los problemas del país. Hoy por hoy la categoría casta tiene centralidad. En ese sentido, cada vez que los opositores intentan deconstruir el discurso oficialista, con frases como “la casta son los jubilados”, “acá no hay casta”, “el ajuste no lo está pagando la casta, sino la gente” lo que terminan haciendo es -tomando a George Lakoff- activar vía la repetición el marco de pensamiento en el que “la casta” es el concepto nodal.

Por eso, una alternativa a los intentos de deconstruir el discurso del adversario es utilizar conceptos y palabras propias. Un ejemplo que está asomando de manera cada vez más frecuente es el de “experimento”, con una connotación negativa. “El experimento libertario” o “el experimento de Milei”, en referencia al modelo económico.

El encuadre en el cual el modelo liberatario es algo completamente nuevo ya lo habían planteado algunos, por ejemplo Juan Schiaretti, quien se presentaba a sí mismo como una opción potable cuando después estaban ,de un lado, el fracaso del kirchnerismo, y del otro, “el salto a lo desconocido”. No obstante, la efectividad o no de las palabras en última instancia tiene que ver con qué tanto reflejan la realidad, por lo que habrá que ver cuál es el devenir de la economía.

En el vocabulario político vigente tenemos que, por ejemplo, el concepto de clase social casi no se usa, y cuando se usa es para referirse únicamente a la clase media. Prácticamente no existe el uso de “clase trabajadora”, o ese uso está restringido a las fuerzas de izquierda. Las centrales sindicales, por ejemplo, mayormente hablan de “trabajadores”, a secas. Pero la idea de “clase” pone de relieve las contradicciones de intereses y puede eventualmente cambiar la dicotomía casta/pueblo por otra a partir de la pertenencia social según clase.

En definitiva, las palabras que usamos nos abren el campo de lo posible y producen la representación de la realidad en nuestras mentes. Elegir qué palabras usamos en la discusión pública equivale a construir las fronteras de la realidad. Esa decisión, la de qué palabras usar y cuáles no, no puede ser dejada librada al azar.

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