Presidenciales 2023: la cancha inclinada contra el oficialismo y la tabla salvavidas de la polarización
Las dificultades que enfrenta el oficialismo de cara a las elecciones presidenciales son bien conocidas por todos: pobreza en torno al 40%, inflación del 115% anual y pérdida del poder adquisitivo de los salarios y jubilaciones. En ese escenario, la elección, vista desde la óptica de “continuidad” versus “cambio”, favorece a las fuerzas opositoras, es decir, de cambio.
No obstante, la realidad no es la única dificultad que enfrenta el oficialismo. Fuerzas opositoras (con sus fortalezas y debilidades) al margen, es dentro del mismo oficialismo donde reside el germen de la posible derrota en las urnas.
Alberto Fernández llegó al poder creando una nueva esperanza en la sociedad argentina. Pero muy pronto, votantes duros como votantes blandos de la fórmula Fernández-Fernández, fueron mutando su esperanza en decepción.
Tal vez la primera gran decepción de unos y otros fue el conflicto en torno a la cerealera Vicentín. Para unos significó el fin de la moderación; para los otros, una claudicación. En definitiva, lo que ese y otros casos terminaron demostrando fue la falta de un rumbo claro y un acuerdo al interior de la coalición gobernante respecto al mismo. No hubo un plan de gobierno consensuado.
Durante los casi cuatro años de gestión quedó claro que no hubo tampoco una mesa chica para la toma de decisiones. Y si la hubo, no funcionó. La falta del mecanismo decisorio se relaciona, por supuesto, con la falta de un rumbo claro, un proyecto de gobierno compartido.
En diciembre de 2019 había tres grandes temas de la economía que eran ineludibles: a) la alta inflación, b) la falta de dólares, y c) el acuerdo con el Fondo Monetario Internacional. Tres temas vinculados entre sí. El tiempo dejó en claro que no había consensos respecto a cómo enfrentar esos problemas prioritarios desde el minuto cero. Por el contrario, fueron el epicentro de las internas oficialistas.
Entre, por un lado, la ausencia de un mecanismo de toma de decisiones y, por otro, la falta de un programa de gobierno consensuado, podemos colocar un engranaje intermedio, que también ha brillado por su ausencia: una narrativa de gobierno clara. La gestión de Alberto Fernández no ha tenido una narrativa ni clara, ni coherente ni sostenida en el tiempo.
Hoy, llegada la campana, eso se traduce en una enorme dificultad para explicar qué fue lo que se hizo en estos años de gestión y por qué faltó hacer todo lo que faltó hacer. Aquellos tres grandes problemas (inflación, dólares y Fondo) que eran ineludibles en 2019 siguen vigentes en todo su esplendor.
Los problemas de la falta de una narrativa de gobierno se traducen también en la falta de una narrativa clara para la campaña. La inauguración del Gasoducto Presidente Néstor Kirchner (GPNK) fue una muestra. La narrativa se limitó a mostrar que la actual gestión es capaz de llevar adelante obras de infraestructura, pero sin que quede claro la importancia de esa obra en particular con la mejora de las condiciones de vida de la población.
La respuesta a la pregunta “¿De qué forma el GPNK viene a mejorar mi vida?” quedó inconclusa. Todo el foco de la narrativa estuvo puesto en lo que el país se ahorrará en importación de gas. Es decir, la promesa de mejorar en el futuro las variables macroeconómicas. Algo muy abstracto para un oficialismo en plena campaña y necesitado de resultados.
La mala experiencia del gobierno de Mauricio Macri (2015-2019) y una campaña con fuerte contraste en una segunda vuelta -algo que podría subsanar la falta de narrativa- son una tabla salvavidas para el oficialismo. Aún así, sin Alberto en la pista, la idea del “cambio” se impone a la de “continuidad”. Lo que restaría saber es qué tipo de cambio es el que desea mayoritariamente la sociedad argentina.