Personalismo sin nada enfrente: la popularidad de Milei florece en el desierto opositor
Los presidencialismos latinoamericanos tienen ciertas particularidades cuando se los compara con, por ejemplo, el parlamentarismo europeo, e incluso con el presidencialismo estadounidense. Por estas latitudes, la personalización de la política se ve reforzada por la figura del presidente, que es quien se constituye como el epicentro de toda la política. Como apuntan los politólogos Fraschini y Tereschuk, en América Latina la dinámica gobierno/oposición deja lugar a la dinámica Presidente/oposición.
Es decir, los presidentes latinoamericanos son los que dominan la escena de sus países, convirtiéndose su imagen y reputación en el principal termómetro político. Pero aún cuando sean el centro indiscutido, la propia imagen de los presidentes no tienen lugar en soledad: el resto del sistema -incluyendo a la oposición- también juega, a favor o en contra.
Hoy Javier Milei domina la escena política. Se habla de él todo el tiempo y poco y nada de las figuras opositoras, que que las hay las hay, pero se diluyen en el mar de confrontaciones internas y el desgaste por su propia historia. Sobre todo esto último: en la política argentina, y a la vuelta de la esquina del inicio de la campaña electoral de medio término, de momento no hay novedades opositoras.
Milei es el emergente de una crisis de representación. “Una Argentina distinta es imposible con los mismos de siempre”. El que se vayan todos por otros medios, los votos. Tal crisis de la política es insoslayable, aún cuando se pueda hacer una acotación importante. En los diferentes países en los que emergieron fuerzas antisistema o antiestablishment, esa emergencia estuvo precedida del colapso de una o dos de las fuerzas tradicionales. En Argentina hubo una merma significativa del caudal electoral de las dos coaliciones, pero ambas mantienen una identificación relevante, aún cuando en el caso del PRO esto sea cada vez más discutible. En definitiva, una crisis de representación, pero no absoluta.
Dicho esto, es claro que, votantes fidelizados al margen, para el resto lo que la política tiene para ofrecer tiene gusto a poco y nada. De ahí que, el hecho de que en medio de la crisis política no haya figuras nuevas en la oposición se convierte en un capital político central para Javier Milei. Quienes interpelan al presidente son figuras que ya tienen un lastre a sus espaldas: la misma crisis de representación que catapultó a Milei pone un tope a las aspiraciones de “los mismos de siempre”. Y ante los mismos de siempre, Milei se luce como algo nuevo y diferente. Es decir, que aunque no banquen al 100% al personaje, es mejor antes que los otros, los de siempre.
No hay novedades de caras, pero tampoco de espacios. No está claro que pueda haber lugar para algo diferente: la polarización hoy sigue tragándose todo. El peronismo republicano de Pichetto, el PRO blando de Larreta, la UCR, ninguno hoy parece tener proyección nacional con suficiente fuerza como para romper la dicotomía LLA/UP. Hoy tampoco el macrismo asoma como alternativa.
Sin embargo, a poco de completar su primer aniversario, el gobierno de Milei no trajo hasta el momento demasiadas buenas noticias para el común. El gran caballito de batalla es la guerra contra la inflación (la que con Alberto no pasó del anuncio del anuncio), con la merecida nota al pie de que, de momento, los salarios no alcanzan. Es como le pasó a Alberto hasta comienzos de 2021: la fortaleza del gobierno estaba en la oposición. Una oposición desarticulada, vieja, perdida en la frustración pos derrota.
Hoy Milei transita un momento similar. Así, en el desierto opositor florece el aguante al presidente. Por el momento, Milei no necesita mucho más. Es como aquella frase de Perón cuando le preguntaron cómo haría para volver al gobierno, pero a la inversa, en este caso para permanecer: “Yo no haré nada. Todo lo harán mis enemigos”.