El triunfo de Trump y el debate sobre la agenda identitaria

8 noviembre, 2024 by

El triunfo de Donald Trump volvió a poner sobre la mesa un debate que ya lleva más de una década. Se trata del debate acerca de la agenda identitaria y su capacidad de articular o no mayorías electorales. Si bien no es un fenómeno totalmente nuevo, la diferencia de la época actual con otras quizás tenga que ver con la intensidad con que se viven las identidades y su rechazo. Así, en la noche del martes pasado un gran interrogante se planteó entre los más diversos analistas: ¿Trump ganó gracias al rechazo que genera lo woke?

Ya el primer triunfo de Trump, allá por 2015, había sido la primera constatación a nivel global de que el movimiento contrario a la agenda identitaria había ganado terreno y era capaz de convertirse en mayoría en las urnas. En América Latina, el fin del giro a la izquierda dio paso a una ola de gobiernos de centro y derecha, con el respectivo cambio de paradigma en las agendas gubernamentales. Algo así como una reacción al igualitarismo. En la región, el triunfo de Bolsonaro, en 2018, fue el que coronó esa nueva etapa.

El fin del giro a la izquierda en la región abrió la caja de pandora del debate dentro de la izquierda y el progresismo acerca de la agenda identitaria. Ese debate incluye una arista que es la supuesta dicotomía con la agenda económica. De acuerdo a esa mirada, habría una sustitución de los temas económicos, de soberanía nacional, de defensa de clase, por la agenda identitaria, la cual vendría a fragmentar, dividir y quitar atención de los temas centrales. Se perdería, de acuerdo a esa mirada, la capacidad de articular mayorías a partir de la identidad de clase

Donal Trump. Foto: EFE

Lo cierto es que las sociedades han cambiado en su composición. La vieja sociedad del siglo XX ordenada por clases sociales dio lugar desde fines de los noventa a una mayor fragmentación social. Una mayor fragmentación como producto de los cambios iniciados en los setenta, que incluyó en muchas latitudes menos industria. Más grupos heterogeneos y menos clase. 

El primer cuarto de siglo XXI, y sobretodo la última década, muestran un crecimiento de los trabajadores autónomos, los emprendedores y los freelancers. Es decir, una acentuación de la tendencia hacia la fragmentación social. La economía en torno a las aplicaciones es el último gran capítulo de esta tendencia. Los cambios en el mundo del trabajo y la producción son cada vez más rápidos e irán a profundizarse en las próximas décadas de la mano del desarrollo tecnológico, posiblemente con la Inteligencia Artificial a la cabeza.  

Ante el surgimiento de esta nueva sociedad las formas de hacer política tradicionales del siglo XX han entrado en crisis. Autores como Chantal Mouffe y Ernesto Laclau, por ejemplo, plantean que una forma de articular mayorías en la sociedad posmoderna pasa por la articulación de diferentes grupos y demandas, y no ya necesariamente, o exclusivamente, por la mirada de clase. 

Sin embargo, el caso de la última elección estadounidense es bastante ilustrativo acerca de las dificultades de las agendas identitarias a la hora de proyectarse como elementos a partir de los cuales articular nuevas mayorías. Kamala Harris, por ejemplo, no sólo puso énfasis en las cuestiones raciales y de diversidad sexual, sino que, sobre todo, puse énfasis en los derechos reproductivos, en un entendimiento de que ese es una tema de especial interés para el mayoritario electorado femenino y que podría hacer una diferencia. 

Algunos analistas estadounidenses ya adelantaban que Harris estaba dando demasiada centralidad al tema de la libertad reproductiva (que hay que decir, apegándose a la idiosincrasia estadounidense, se le dio un encuadre de libertad versus intervención del Estado en una cuestión relativa al cuerpo de la mujer) mientras que no había propuestas económicas claras y concretas. En economía no sólo el gobierno Biden no había cumplido las expectativas, sino que además la candidata del oficialismo no terminaba de convencer. 

El resultado fue que Harris obtuvo 15 millones de votos menos que Biden en 2020 y los demócratas perdieron en el voto popular por primera vez desde 2004, cuando Bush arrasó en las urnas en medio de la guerra contra el terror post atentado a las Torres Gemelas. Un voto popular que ya le había dado la espalda al propio Bush en el 2000. Volviendo a Trump, el repulbicano creció considerablemente entre los votantes negros y entre los latinos, posiblemente más preocupados por las cuestiones económicas. 

El dato del déficit en la propuesta económica demócrata puede ser una pista acerca del peso o no de la agenda identitaria en la derrota. Que tiene su peso no hay dudas, pero seguramente no sea absoluto. Por ejemplo, conjuntamente con la elección nacional 10 estados votaron por la ampliación o protección del derecho al aborto. En siete de los diez ganó la protección o ampliación del aborto. Del cruce con la elección nacional surge que de los siete estados en que ganaron los derechos reproductivos, en tres de ellos, Arizona, Missouri y Montana, también ganó Trump. Es decir, una cosa no excluye a la otra: se puede votar por un conservador (con otras motivaciones, como la económica, quizás), y en simultáneo por la ampliación de derechos reproductivos. 

También es cierto que la brecha de género en el apoyo a los gobiernos y en los procesos electorales es real y tangible. En general, las mujeres se inclinan más por gobiernos que llevan adelante agendas identitarias mientras que los hombres por los conservadores. En la elección brasileña de 2022 algunos analistas ya habían señalado que existía la posibilidad de que muchas mujeres terminasen votando igual que sus maridos antes que según su preferencia inicial, algo que posiblemente terminó sucediendo y tuvo como consecuencia un resultado mucho más ajustado del previsto en las encuestas. A nivel campañas electorales, la de Harris fue una de las primeras que abordó de frente ese tema, con aquel spot de la última semana en que las mujeres votan por Harris a escondidas de sus maridos. 

Aunque pueda no ser decisivo siempre, el clivaje entre conservadores y progresistas es real y profundo. Por lo tanto, cualquier posicionamiento de parte de los políticos despierta amores y odios simultáneamente. Es un clivaje o punto de división difícil de sortear, ya que los votantes demandan posicionamiento, sobre todo aquellos que toman como propia esas agendas. Así, el no definirse sobre esos temas o definirse a medias en virtud de no generar negatividad, también puede tener consecuencias negativas. 

A su vez, las cuestiones identitarias tienen gran poder de movilización. Y hoy la política funciona movilizando y agitando pasiones como pocas veces se ha visto en la historia. Por eso, lo cultural siempre termina teniendo centralidad y se posiciona como un eje ineludible y que ordena a casi toda la oferta política. Ante este estado de cosas, es evidente que pensar las campañas políticas lleva aparejado pensar en cómo se van a abordar los temas identitarios. 

En ese sentido, una de las claves para que las campañas políticas puedan construir mayorías quizás pase por buscar encuadres nuevos para las agendas, sea la progresista o la conservadora. También, y habida cuenta de la casi desaparición de las clases sociales tradicionales, de descubrir nuevos clivajes y perspectivas que permitan construir mayorías. Las nuevas derechas emergentes han sido muy exitosas en esto último. En ocasiones levantado una bandera que a mediados de siglo XX era propia de los llamados populismos latinoamericanos: políticos versus pueblo. Desde Perón a Getulio Vargas, los populismos latinoamericanos levantaron la bandera de la antipolítica. 

La casta, en Argentina; Washington, el pantano o el establishment en Estados Unidos; “ir contra todo lo que está ahí”, como decía Bolsonaro. Son todas etiquetas que dan cuenta de las líneas de fractura que han encontrado las nuevas derechas y desde las que lograron construir mayorías electorales. Quizás la agenda conservadora tampoco hubiera sido suficiente en su caso. El conservadurismo necesitó del clivaje contra “los de arriba”. 

Un último punto para pensar el debate: ¿Se pueden impulsar cambios culturales en momentos de adversidad económica? El interrogante parte de la premisa de que las agendas identitarias representan el cambio respecto al statu quo. ¿Podría la inseguridad financiera, producto de las crisis y la  inestabilidad económica, hacer que las personas busquen seguridad en la reafirmación en los posicionamientos culturales?

En esa dirección van los hallazgos de la antropóloga Rosana Pinheiro-Machado, quien observó el proceso de ascenso de Jair Bolsonaro, allá por 2018, y notó que muchos votantes típicos eran hombres heteros y blancos acostumbrados a cumplir el papel de “macho proveedor” en el hogar pero habían visto fragilizada su posición debido a la crisis económica. En medio de esa fragilidad, Bolsonaro emergió como el líder que reafirmaba sus valores y su lugar en el mundo. 

Teniendo en cuenta todo esto, una línea de investigación posible sería estudiar bajo qué condiciones y de qué forma han tenido lugar los principales cambios en materia de derechos civiles y agenda identitaria a lo largo de la historia. ¿Han sido las elecciones las mejores instancias para resolver esas tensiones?¿Los triunfos de los derechos civiles, por ejemplo, han tenido lugar en el marco de luchas puntuales o dentro de movimientos más amplios?

Cómo sea, el triunfo de Trump ha puesto nuevamente bajo la lupa el impacto de la agenda identitaria y progresista o woke en general. Se trata de un tema que cualquiera que quiera llevar adelante campañas electorales debe tener en cuenta y plantear las estrategias adecuadas según el caso. 

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