El comunismo, un adversario creado a la medida de las nuevas derechas
Un fantasma recorre los discursos políticos de las nuevas derechas alrededor del mundo: el fantasma del comunismo. Para algunos se trata de una amenaza al estilo de vida de las sociedades capitalistas, en donde el marxismo cultural vendría a corromper instituciones fundamentales, como la familia. Para otros, se trata de un fantasma en sentido literal, porque las nuevas derechas hablan de un comunismo que no existe y ven comunismo donde no lo hay. Estos últimos pasan por alto algo central: el uso de “comunismo” cumple con efectividad una función performativa en la política al crear un adversario a medida.
Vemos a menudo el cuestionamiento hacia los nuevos movimientos de derecha que hablan de comunismo, acusando a sus rivales de serlo, cuando en realidad no existiría tal cosa. En Argentina, por ejemplo, desde el discurso libertario pueden ser comunistas la China de Xi Jinping o bien los organizadores de la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires. Las críticas a ese uso y abuso de términos como comunismo o marxismo cultural en ocasiones son más que fundadas.
Pero la dimensión performativa del discurso se pierde de vista. La enunciación y repetición de conceptos tiene efectos en la vida real, más allá de las simples palabras. Cuando los libertarios acusan a sus rivales de comunistas, están creando un adversario con atributos negativos bien claros y definidos. El comunista es una amenaza a nuestro estilo de vida, es un extremista, es antidemocrático, anticapitalista y sinónimo de caos.
Etiquetar a alguien como comunista o marxista crea un fuerte contraste, basado en la distancia que supone una posición extrema y revolucionaria (quitándole, por otro lado, las connotaciones positivas de lo revolucionario, que pasan a estar del lado conservador). Cumple de esa forma uno de los principios elementales de la política, que es el contraste.
Jean Marie Domenach en La propaganda política nos dice que la simplificación es una regla a seguir siempre. Simplificar el discurso, simplificar el debate, simplificar las posiciones políticas. La noción de comunismo ayuda a simplificar todo. Otro concepto de este intelectual francés es el de enemigo único. Toda la munición de la propaganda política, nos dice, debe concentrarse en un único enemigo, y eso es algo que también se logra con el gran paraguas del combate al comunismo. Por último, siguiendo también a Domenach, tenemos el principio de la exageración, algo que a todas luces se cumple por medio de la acusación de comunismo.
Por eso, al margen de que el uso del término sea correcto o no, lo cierto es que está teniendo un efecto práctico en la realidad, en la discusión y la opinión pública. Un uso performativo que crea un adversario a medida de las nuevas derechas globales.