La micromilitancia: cuando la ciudadanía se pone la campaña al hombro
La mejor campaña política es aquella que se convierte en un movimiento, en algo que es tomado por la ciudadanía y llevado por esta hacia la meta: que el candidato gane la elección.
De eso se trata la micromilitancia, las pequeñas acciones de campaña llevadas adelante por los seguidores de a pie, de manera descentralizada y con insumos y tácticas por fuera de la organización oficial de la campaña.
Está repleto de pequeños actos de micromilitancia, y aunque el término se ha puesto de moda recientemente, siempre ha existido. La intención deliberada de algunos ciudadanos de hacer campaña a su modo, sea con graffitis, con afiches caseros o mensajes dejados por debajo de la puerta, desborda cualquier planificación que los comandos de campaña puedan hacer.
Además de ese caracter descentralizado, la micromilitancia se caracteriza por su rusticidad. La precariedad o simplicidad de los soportes nos habla de que detrás de esa pequeña acción no hay ninguna estructura partidaria sino un simple ciudadano igual que yo, que sencillamente desea transmitir un mensaje determinado, por convicción y sin un interés particular. Esa llanura del emisor, por lo general desconocido, es lo que le da potencia al mensaje.
La riqueza de la micromilitancia no reside sólo en que incrementa el alcance de la campaña, sino en lo genuino del mensaje y la credibilidad que le da al emisor colocarse en el lugar de un igual. Sin packaging, sin marketing y sin coaching; sencillamente en español.
Cartel puesto por alumnos del Colegio Nacional Buenos Aires.
En tiempos atravesados por una gran desconfianza en la clase dirigente, la micromilitancia puede adquirir una fuerza todavía más relevante. En estos contextos de cierto hartazgo y apatía la gente es más reacia que de costumbre a la interrupción de la propaganda política. La interrupción en el sentido más amplio posible, no solo el spot en la tanda comercial, sino la contaminación visual en la vía pública o la invasión del flyer con la cara del candidato tirado por debajo de la puerta.
La campaña de Javier Milei parece haber entendido el contexto mejor que ninguna. Al menos hasta las generales. De manera deliberada o no, la decisión de prácticamente no hacer campaña en la vía pública es coherente con la campaña disruptiva de La Libertad Avanza.
En un contexto de desconfianza con la política, el bombardeo de mensajes puede causar rechazo. En cambio, la micromilitancia logra permear esa capa de apatía gracias a la cercanía de un emisor que se presupone un igual, otro ciudadano de a pie igual que yo.
En campañas electorales de balotaje o segunda vuelta, como la que atraviesa la Argentina por estos días, donde el rechazo de los candidatos es una de las principales fuerzas movilizadoras, la micromilitancia tiene un aporte enorme para realizar. ¿Será que tendremos más micromilitancia en estas últimas semanas?