Las debilidades de la estrategia y la narrativa anticasta
El gobierno retoma la narrativa anticasta luego de, por medio de un anclaje en la cercanía con la oposición dialoguista, haber transitado un interregno en donde el adversario había vuelto a ser el kirchnerismo, padre de todas las tragedias actuales.
¿Es un acierto estratégico fogonear nuevamente el discurso contra la casta? Es cierto que Javier Milei se posicionó sorpresivamente en el proceso electoral de la mano de ese discurso. Los fracasos sucesivos tanto de la gestión de Mauricio Macri como de Alberto Fernández posibilitaron el éxito del discurso antipolítico.
Se trata de uno de los principales denominadores comunes de experiencias como la de Donald Trump hace ya casi una década y Jair Bolsonaro en 2018, entre otros exponentes de la llamada nueva derecha. “Drenar el pantano” decía Trump. Ir “contra todo lo que está ahí”, el brasileño.
Pero ese discurso es más efectivo para ganar elecciones que para gobernar. La elección de Joe Biden en 2020, con siete millones de votos populares de ventaja, fue, como mostraron las encuestas de boca de urna de aquel entonces, una elección mayormente en contra de Trump. En Brasil, Bolsonaro terminó arreglando con el Centrão, expresión de lo más tradicional de la política local.
Es difícil mantener un discurso de alta confrontación con el resto de la dirigencia. Trump tenía muchos más recursos políticos para hacerlo, en un sistema bipartidista como el estadounidense. Bolsonaro terminó cediendo.
En el caso de Milei la estrategia de ir contra “la casta” y la consecuente narrativa tienen, en esencia, dos grandes puntos débiles. Uno es la debilidad de origen: la casta ganó las elecciones de octubre. Las fuerzas de la casta se llevaron el 70% de los votos, mientras las fuerzas del cielo el 30%. Milei llegó al poder de la mano del balotaje y la prevalencia del cambio sobre la continuidad; no de la anticasta sobre la casta.
Ese diagnóstico también está reflejado en la composición del Congreso, donde La Libertad Avanza está en minoría, y en los gobiernos y legislaturas provinciales. En la pulseada de lo que en ciencia política se conoce como el problema de la doble legitimidad del sistema presidencialista, es decir, la disputa entre Congreso y Ejecutivo, donde ambos son representantes legítimos del pueblo soberano (a diferencia de los parlamentarismos europeos, donde el gobierno es producto de los acuerdos en el parlamento) el gobierno de Milei se encuentra en una posición de debilidad. Máxime si lleva a fondo el enfrentamiento con los gobernadores.
Esa es una debilidad centralmente política, según la cual sería riesgosa la estrategia anticasta. El relato que se hilvana a partir de esa estrategia también tiene sus dificultades. Desde la derrota en primera vuelta y el discurso de esa misma noche, Milei comenzó a darle un giro a su narrativa. El adversario pasó a ser el kirchnerismo. Esa primera semana de confusión hubo incluso un guiño a la izquierda para que ocupase cargos en un eventual gobierno.
Luego del acuerdo con el PRO llegaron los acuerdos con el peronismo cordobés, con Scioli y con todo cuanto pudiese ser absorbido. Quedó de manifiesto que la casta que acompaña, deja de ser casta. Así, la coherencia del relato perdió fuerza. Comenzó a ser inconexo lo que se dice con lo que se hace.
Una narrativa de gobierno no es un capricho enunciativo. La elocuencia está en la concatenación de acontecimientos, de medidas tomadas, de hitos de gestión, todas las cuales deben ser enmarcadas desde el ángulo de la narrativa para poder comunicarlas efectivamente a la sociedad, generar consensos y fortalecer la propia imagen. Pero cuando lo enunciado se desencuentra de los hechos, se pierde la credibilidad.
Mientras tanto, la percepción de que el ajuste lo está pagando la gente continúa ganando fuerza. Lo mostró una encuesta de Zuban Córdoba a fines de enero: un contundente 80% considera que el ajuste lo está pagando la gente y no la casta. Con los tarifazos y demás ajustes por delante, es muy difícil que esa tendencia de la opinión pública cambie.
En suma, el camino de mayor confrontación con una miríada de actores que son catalogados sin distinción como “la casta” puede ser una estrategia kamikaze en términos de disputa política, y está siendo, sin dudas, una narrativa cada vez menos efectiva y más desconectada de lo que percibe la sociedad. Si el gobierno persiste, la debilidad de origen puede dar lugar a la inestabilidad.