El arte de los buenos discursos: ¿planificación o improvisación?
Los discursos son una de las instancias comunicativas más importantes y antiguas de la política. Desde la antigüedad, los discursos forjaron liderazgos. Incluso hoy, cuando predominan otras formas de comunicar, desde las apariciones mediáticas hasta las publicaciones en redes sociales, los discursos siguen teniendo centralidad. Escenifican el liderazgo, actualizan la relación entre representantes y representados y marcan momentos en la historia y las trayectorias personales.
Es muy común que los líderes improvisen sus discursos, partiendo de algunas ideas previas y con un objetivo en mente. Sin embargo, se trate de un referente social, un concejal, un intendente o el presidente de la República, escribir los discursos antes de pronunciarlos tiene muchas ventajas. Tenerlo escrito no es necesariamente sinónimo de leerlo. El simple hecho de escribir nos ordena las ideas, ayuda a memorizar y nos da la posibilidad de colocar los detalles que hagan memorable las palabras.
Por encima de todo, plasmar los discursos en un papel antes de pronunciarlos mejora sustancialmente la comunicación. Un discurso es contenido y forma; lo que se dice y cómo se lo dice. Para mejorar el cómo, tener resuelto el qué de antemano ayuda, y mucho.
Los discursos son performances. Las palabras importan mucho, pero el cómo se las dice es igual o más importante. Ensayar el discurso una o dos veces marca una diferencia sustancial en el resultado final. El tono de voz, los ademanes, el lenguaje corporal y los gestos, son todos aspectos que tienen que ser tenidos en cuenta.
Retomando la cuestión de la escritura, el académico Walter Ong en su libro Oralidad y Escritura nos dice que el lenguaje escrito es esencial para el pensamiento avanzado. La oralidad, en cambio, no nos permite ordenar y transmitir las ideas con la misma claridad. Sobre todo las ideas más complejas.
Esto último hace necesaria una advertencia: leer no es lo mismo que escuchar. Por eso, a la hora de escribir un discurso hay que tener en cuenta que va a ser escuchado, y no leído. Solemos escribir de una forma más compleja y acartonada, y hablar de forma más coloquial y con frases cortas. Hay que procurar escribir como hablamos.
Otra ventaja de escribir previamente es que evita caer en divagaciones o comentarios que quitan el foco de lo realmente importante, algo que sucede a menudo en los discursos improvisados. Un buen discurso debe apuntar a un objetivo y todas sus partes tienen que confluir en el mensaje principal.
Un concejal, un intendente o un referente social o sindical puede escribir su propio discurso con poca o ninguna asistencia de terceros. Sin embargo la falta de tiempo es un problema que aqueja a todos por igual. Aparecen entonces las figuras del consultor de comunicación o el escritor de discursos.
La comunicación es consustancial de la política. La colaboración profesional potencia las cualidades de los líderes y ayuda a estrechar el vínculo entre representantes y representados. En un entorno cada vez más complejo y competitivo, prescindir del conocimiento especializado equivale a ofrecer ventajas al adversario.
Preparar los discursos con anterioridad, escribirlos y ensayarlos nos hace ganar en calidad. En definitiva, mejora nuestra capacidad de comunicación y refuerza el liderazgo.