Era Milei: la palabra presidencial y el fantasma de la albertización
El gobierno de Alberto Fernández estuvo marcado entre otras cosas por la pérdida de valor de la palabra presidencial. Dijo y se desdijo, no cumplió sus promesas y, sobre todo, realizó permanentes declaraciones desafortunadas. Hay un amplio compendio de frases e intervenciones que quedaron grabadas, como el “mi querida Fabiola”, “los brasileños salieron de la selva” y “el viernes comienza la guerra contra la inflación”.
Esa devaluación de la palabra presidencial con Alberto debería ser una advertencia para Javier Milei. Sobre todo teniendo en cuenta el estilo comunicacional del liberatario, y el de sus colaboradores, y en vista de algunas cosas que pudieron verse en este brevísimo tiempo.
Un aspecto central del cuidado de la palabra presidencial es evitar la improvisación. Alberto renegó de los discursos escritos y se apoyó exclusivamente en sus supuestas capacidades como orador. Cuando quisieron cambiar eso, ya era demasiado tarde. La pérdida de la autoridad presidencial comenzó por la palabra y continuó de la mano de los resultados de gestión.
Javier Milei se ha mostrado poco en estos días como presidente. Hasta la cadena nacional de este miércoles se podía decir que mantenía un perfil muy bajo y que dejó que sus ministros sean los portadores de las malas noticias. En el torbellino de novedades que está siendo el gobierno estas semanas, el presidente puede guardar silencio, pero no por demasiado tiempo. En ese sentido, dar la cara para anunciar el mega DNU es acertado.
El contenido y tono de cada intervención presidencial debe ser pertinente, es decir estar acorde al contexto. En este caso estamos en un contexto de mucha expectativa y grandes cambios, pero también crisis económica y licuación de salarios y ahorros. Que un presidente encuentre el tono justo para un momento con esta complejidad sería un enorme triunfo comunicacional. Pero eso es imposible sin profesionales y mucho trabajo por detrás.
Hoy, uno de los ladrillos de la narrativa de Milei es el dato de que la inflación viaja al 15.000% si se anualiza la tendencia actual. Hay un problema con ese dato, que es que semejante inflación no estaba instalada previamente en la cabeza de la población. Es decir, el dato duro contradice lo que la gente percibía. Además el dato fue cuestionado por algunos economistas. Una consecuencia que deben evitar desde el Gobierno es el daño a la credibilidad de la palabra del presidente.
Esa credibilidad es uno de los principales activos de Milei. A su vez, su credibilidad se conecta con el hecho de haber dicho cosas alineadas con los valores predominantes en este momento, con autenticidad y de manera desacartonada. Un distinto.
Los políticos a menudo nos ofrecen una guía de acción basada en la moral: esto es lo correcto, y aquello es lo malo; vamos a hacer lo correcto. Milei en definitiva es un político hace tiempo, y en ese sentido no fue diferente al resto. La habilidad de Javier Milei fue conectar el ajuste a algo necesario en términos de moral. Continuar con el modelo de la casta era algo inmoral, porque se metía en el bolsillo de la gente; lo que te daba por un lado, te lo sacaba vía inflación. El enfoque moral simplifica y nos atrae hacia uno de los bandos, el bando correcto.
No obstante, los dilemas morales siempre están. Es más fácil lidiar con ellos cuando no se es gobierno. Pero cuando se está al frente del Ejecutivo hay que atender más allá del propio electorado, e incluso este es hoy más volátil que nunca. Como presidente se debe atender a todas las demandas, o al menos lidiar con ellas.
Por ejemplo, la simplificación moral no tiene el camino allanado cuando entran a estar en juego el derecho a la protesta en medio de un ajuste fuerte, o la necesidad de ajustar cuando hay quienes ya estaban pasando hambre. En algunos casos el planteo moral puede ser el equivalente a meterse en una camisa de once varas.
El riesgo es que el presidente se cargue a sí mismo con los atributos negativos que se supone que el enfoque moralista intenta atribuirle al otro, al adversario. Es decir, en vez de constituir al adversario con los atributos negativos, se le regala espacio para que se haga de los positivos. El adversario pasa a ser el justo, el sensible y el bueno. Ese es el riesgo.
Con la cadena nacional de este miércoles, el presidente queda fuertemente conectado a un decreto que tendrá aspectos celebrados y otros con gran resistencia por parte de una diversidad de actores. Desde luego, Milei representa a un segmento considerable de la sociedad argentina que pide no solo más desregulación económica, sino también más orden. La cuestión es dar en el clavo de esa demanda con la fuerza y precisión justa, encontrando el tono y las palabras sin martillarse el dedo.
Desde una perspectiva más amplia sobre su liderazgo, se puede decir que con las palabras Javier Milei no está satisfaciendo una de las cosas que se espera de todo líder, que es ofrecer seguridad. Milei no ofrece seguridad, sino incertidumbre y garantía de sufrimiento. ¿Quién se siente a salvo cuando escucha las palabras de Milei? Tampoco aparece con claridad la recompensa futura porque alude a ese futuro mejor de manera muy breve y abstracta.
En contrapartida, Milei sí ofrece una imagen de fortaleza y seguridad. Tanto por su contextura física como por su tono de voz bajo y asertivo. Por eso, incluso cuando las palabras no son las mejores por su desequilibrio entre lo negativo y lo positivo, como en el caso del pesimista discurso de asunción, el saldo no es malo porque hay un buen lenguaje corporal y un tono que transmite fuerza y seguridad.
En suma, lo delicado del contexto actual requiere de una comunicación afinada y trabajada cuidadosamente. El desafío de Milei y sus funcionarios es dar en el clavo con el contenido y el tono de sus intervenciones. Los momentos de crisis no perdonan la improvisación de la comunicación. Lo que está en juego es la autoridad del presidente. Alberto sirve de ejemplo.