100 días excepcionales: ¿cambio radical o desafío a la gobernabilidad?
Javier Milei es un político (sí, es político, diputado nacional desde 2021 y presidente desde diciembre) excepcional. Está claro que ese fue su gran valor agregado en las elecciones y que le sirvió de trampolín a la presidencia en este contexto de crisis de legitimidad de la política. “Nada distinto puede hacerse con los mismos de siempre”.
La excepcionalidad con Milei es la regla. Corrió los límites de lo esperable en un presidente. Hace lo que otros no se atreverían a hacer y que si lo hicieran serían señalados como ridículos o débiles. En cambio, a Milei no le interesa ser normal. No le interesa vestirse normal, peinarse normal, tuitear y likear normal, saludar normal, negociar y llegar a acuerdos de manera normal, y ni siquiera sentarse en una silla de manera normal. Milei es como es.
En este contexto eso tiene un valor enorme. Puede equivocarse en sus actitudes, puede hacer algo visto como incorrecto por la ciudadanía y puede comportarse de manera poco usual. Pero todo eso en definitiva no lo daña, porque ante todo es visto como alguien que es como es. En suma, con sus aciertos y yerros refuerza la percepción de ser alguien genuino, sincero y espontáneo. Un distinto.
No puede esperarse cambios significativos de parte de Milei. Forma parte de una raza que gana elecciones de esa forma disruptiva y gobierna igual. Para qué cambiar si ganaron las elecciones siendo como son, ese es el razonamiento de los Trump, los Bolsonaro y los Milei. Y es un distintivo respecto al pantano, a todo lo que está ahí, a la casta.
Pero gobernar no es solo una cuestión de actitud. La cuestión no es, como suele decirse, que gobernar requiere de acuerdos, negociaciones o de hablarle a un conjunto amplio de ciudadanos y no solo a la propia burbuja. Eso pasa a segundo plano cuando se tiene en cuenta que gobernar requiere de la construcción y manutención de poder y de alcanzar resultados para la ciudadanía.
Ahí es donde la excepcionalidad abre interrogantes. Milei ha implementado un ajuste ortodoxo, pero en dosis también excepcionales. La decisión, filtrada este lunes a la prensa, de posponer más aumentos de tarifas parece acertada en tanto morigera el impacto negativo que están teniendo las medidas para la economía. Entre tanta motosierra y licuadora, el bolsillo de los hogares, los comercios, las fábricas, etc. pide un respiro.
Era sabido que la entrega del gobierno Milei sería negativa entre los primeros seis meses y el año. El mismo presidente lo manifestó en su discurso de asunción, excepcionalmente negativo para un discurso presidencial.
Hay una segunda excepcionalidad que contornea los límites de lo posible. Se trata de la renuncia a la construcción de poder de forma convencional. Milei trabaja políticamente en la matriz populista: el pueblo versus la elite. Él representa al pueblo, y la élite, en este caso, es la élite política, mediática, cultural y de algunos otros grupos como sindicatos.
Pero incluso los proyectos populistas descansan en una construcción de poder amplia, que se sirve de distintos sectores políticos y sociales, y hasta económicos, aún cuando enfrente a parte de esos sectores. Ningún populista se pelea con la totalidad del arco político. Sin embargo, hoy Milei está sobre la delgada línea que lo puede situar en la excepcionalidad también en eso.
Si la postergación de más aumentos de tarifas fue un atinado paso atrás táctico en el campo económico, el recule en la embestida a la vicepresidenta Victoria Villarruel es su equivalente en el terreno político. Milei políticamente es débil, por ahora. Su fuerza está en su popularidad. Al menos por ahora.
Ante una pregunta de Carlos Pagni en Odisea Argentina respecto a si Milei es o se hace el loco, el actual Auditor General de la Nación y ex operador del gobierno de Alberto Fernández, Juan Manuel Olmos, respondió que el loco cruza el semáforo en rojo, y él no veía que Milei estuviese haciendo eso. Tal vez los dos movimientos tácticos mencionados más arriba sean una respuesta a las luces rojas en el semáforo de la gobernabilidad. La lección parece ser que Milei no cruza en rojo.
Estos límites de la excepcionalidad del presidente son los grandes interrogantes abiertos y es por donde se definirá el porvenir del gobierno. Cruzar o no semáforos en rojo, esa es la cuestión; sea en lo económico, sea en lo político. La excepcionalidad intrínseca a Milei se traduce en que siempre estará con un pie en la calle, amagando con cruzar en cualquier momento. Esa excepcionalidad fue clave en su triunfo, marcó estos primeros cien días y seguramente marcará los que sigan.