El discurso de asunción bajo la lupa: exceso de pesimismo pero acierto en el timming
En 1979, el entonces presidente estadounidense Jimmy Carter pronunció un recordado discurso transmitido por televisión en el cual se refirió a los problemas que atravesaba el país: crisis energética, inflación y desempleo.
Fue tal el énfasis negativo que Carter le imprimió, que el pronunciamiento es recordado como “el discurso del malestar”. Párrafo a párrafo, el discurso (que puede ser consultado en español aquí) se fue adentrando en un clima cada vez más pesimista. Para el consultor Frank Luntz, el gran problema fue que
aquella intervención de Carter careció de la dimensión aspiracional.
En verdad, el entonces presidente estadounidense introdujo elementos aspiracionales y enumeró una serie de medidas a ser adoptadas. El problema es que el balance entre los elementos positivos y negativos favoreció ampliamente a los segundos. Esa sensación negativa fue con la que se
quedó la audiencia. Y en definitiva eso es lo que cuenta.
En su discurso se asunción, Javier Milei puede haber incurrido en el mismo pecado. La descripción de la herencia recibida y el diagnóstico de que no hay alternativa al ajuste y no hay alternativa al shock (que, dicho sea de paso, recuerda al “There is not Alternative” de Margaret Thatcher) se llevó el grueso del discurso. Lo aspiracional estuvo presente, pero en mucha menor medida.
A eso hay que sumarle que las emociones negativas, tales como el miedo y la angustia, suelen tener mayor recordación que las positivas. ¿Cuáles son las imágenes que despertó el discurso? Pues bien, fueron imágenes negativas de un país en crisis. Milei nunca creó en la cabeza de la audiencia imágenes de la Argentina que él sueña construir. Fueron siempre nubarrones de tormenta.
Por otra parte, Milei terminó de darle el giro preanunciado a su discurso, dejando de lado los dardos envenenados contra la casta política. Se refirió a la “dirigencia política” y expresó que aquellos que deseen sumarse a la nueva Argentina serán recibidos con los brazos abiertos.
Pero además, hubo otro giro, menos obvio, según el cual el ajuste dejó de recaer en la política. Milei pintó un panorama en donde el ajuste recaerá sobre el conjunto de la sociedad. Ese segundo giro de su discurso es el que troca la euforia de la bronca contra la casta, por la angustia del ajuste que
afecta a casi todos por igual.
Fue acertado en el timing. No hay mejor momento que el primer día para hablar de la herencia. Milei diagnostica para luego ejecutar las medidas de shock. Sin embargo, para ser un discurso inaugural faltó más énfasis en el horizonte deseado, más optimismo y la esperanza de que el mañana será
mejor.
En definitiva, son esas promesas las que hacen transitable el camino. En un discurso, un líder no debe simplemente enunciar hacia donde debe ir la gente. Debe, con sus palabras, moverla en esa dirección.
A diferencia de Carter, quien pronunció aquel discurso promediando su mandato (y no lograría la reelección), Milei presentó su panorama ominoso ya en el primer día, sin perder tiempo. Precisamente, el libertario tiene a su favor el tiempo: la posibilidad de gastar capital político tomando las medidas
impopulares y luego, si las cosas salen como lo esperado, cosechar la bonanza.