Motosierra, licuadora y DNU: ¿la paciencia social como límite?

10 enero, 2024 by

En política el manejo de los tiempos es fundamental. El gobierno de Javier Milei nació con una decisión tomada respecto a una de las disyuntivas centrales que atraviesa la variable tiempo: gradualismo o shock. Esa definición estratégica naturalmente tiene sus costos y beneficios. Pero tiene, también, un contexto que la legitima y una forma de implementación que la deslegitima. Veamos por partes.

Tiempo. Hoy es un lugar común en el análisis político decir que la estrategia de shock de Milei tiene un alto costo inicial, particularmente dañino en una sociedad ya con altos índices de pobreza e indigencia, y potenciales frutos futuros. Un plan de ajuste era esperable y hasta esperado por muchos. No obstante, es un interrogante cuáles son los límites social y políticamente aceptables del ajuste. La metáfora de la motosierra escenificaba determinados recortes, que en algunos casos, según la narrativa electoral, recaerían sobre la casta, y otro tanto sobre el conjunto de la sociedad, como el caso de las tarifas.

Pero he de aquí que irrumpió un electrodoméstico. La licuadora de salarios y ahorros no estaba en el horizonte de la gente. Con la motosierra no alcanza y sin la licuadora no se puede, parece rezar el mantra que nadie pronuncia en el gobierno, pero todos aplican. 

A la poco esperada licuadora hay que agregarle el shock no solo en materia de ajuste, sino también de cambios estructurales. La modalidad de sacar muchos cambios de fondo vía DNU tiene un aspecto que es de forma (antirrepublicano), de fondo (las medidas en sí), y también de tiempo: shock.

El impacto del DNU en diferentes actividades económicas cosecha malestar y abre varios flancos a la vez. Y lo hace todo de un tirón, sin esperar al trámite parlamentario siquiera. De esa forma, Milei se coloca a sí mismo en un “ganar o morir” (como el de los videos de Tik Tok). Un todo o nada en donde se fuerza la gobernabilidad al máximo y se pone sobre la mesa la legitimación del gobierno. Si el contexto y la narrativa legitiman el ajuste vía shock, la profundidad y las formas lo deslegitiman.

Volvamos al contexto. Milei a diferencia de Macri optó por el shock. Posiblemente las diferencias de los contextos entre ambos explican más las diferencias de estrategias que cualquier otra cuestión vinculada a los estilos personales o ideología. El gobierno de Cambiemos partía de una situación económica mucho más estable. En la superficie, el modelo kirchnerista mostraba signos de fatiga y hartazgo, pero no mucho más. Ese éxito económico fue justamente el que le permitió a lo largo de sus 12 años ir cimentando un cambio cultural. De ahí que el gradualismo del macrismo también fue cultural y programático. Gradualismo inaugurado en el discurso de la victoria de Horacio Rodríguez Larreta en el que Macri sentenció que todo lo que estaba bien iba a continuar y que Aerolíneas Argentinas no iba a ser privatizada.

En suma, si el contexto de asunción de Macri era de relativo triunfo cultural del kirchnerismo y de una economía que funcionaba; el de Milei es casi que diametralmente lo opuesto. El gobierno de Alberto Fernández no generó condiciones materiales sobre las cuales poder avanzar con una agenda cultural efectiva. No por casualidad ganaron los valores contrarios, encarnados en los libertarios.

Después del éxito del kirchnerismo, Macri optó por el gradualismo. Ante el fracaso de Alberto Fernández y compañía, Milei tiene las puertas abiertas para el shock. El problema es que Milei, con tanta motosierra, con tanta licuadora y con tanto DNU que taladra los cimientos de actividades de distinto tipo, abre innecesariamente el interrogante de hasta dónde aguantará la paciencia social.

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