Liderazgo, narrativa y polarización: Milei tiene lo que no tuvo Alberto

11 marzo, 2024 by

Javier Milei está haciendo algo que el gobierno del Frente de Todos no hizo durante sus cuatro años: intentar liderar a la sociedad argentina. Con su estilo y no exento de contradicciones, el presidente ha logrado instalar su narrativa y a partir de ella ha trazado un camino por el que el país debe transitar. Y lo más importante de todo: estableció un objetivo común, un destino al que la Argentina debe llegar.

El camino es el de la estabilización económica. Parafraseando a Winston Churchill, este camino inicial que Milei tiene para ofrecer es de barro, sacrificio y lágrimas. Se encargó de dejarlo bien en claro en su discurso de asunción, poniéndo énfasis en el cuadro pesimista heredado y en las numerosas noticias negativas por venir.

El objetivo de corto y mediano plazo que el jefe de Estado le propone a la sociedad es el de la estabilización. Pero luego, retomar el crecimiento económico. Y para bastante más adelante aún, ya estableció el ideal de convertir a la Argentina en un país desarrollado, como Irlanda, o incluso una potencia como Estados Unidos.  

Milei ha establecido una narrativa y guía a la sociedad a través de ella. Se sirve de esa narrativa para encuadrar los acontecimientos del día a día (mayormente malas noticias). La lucha contra los grupos de interés y la casta es otro de los grandes ejes discursivos, y uno y otro elemento están imbricados: el objetivo es ponerle fin al modelo empobrecedor de la casta. Luego existe un tercer eje, con mayor capacidad polarizante, que es la “guerra” cultural.

Este tercer elemento es el que más nutre a la base mileista. Es el que más polariza, negando la identidad del otro y alimentando la energía que emana de esa negación apasionada de la otredad política. La agenda que se desprende de este eje discursivo tiene en algunos casos un alcance más limitado. En otros, por ejemplo con el tema de la despenalización del aborto, su alcance es más amplio. No obstante, más allá de lo ampliamente compartido o no de los valores conservadores, la gran cuestión es el ímpetu y los modos que adquiere la llamada guerra cultural.

Alberto Fernández y el disfuncional Frente de Todos nunca pudieron conducir a la sociedad a través de una narrativa. Nunca hubo un liderazgo de cara a la sociedad. El problema, como es sabido, tuvo su origen en la falta de conducción: mientras uno tenía la birome, la otra tenía la tinta. El resultado fue la no conducción gubernamental y la resignación a no liderar a la sociedad en busca de un objetivo común. Sin conducción no hay narrativa posible, porque la narrativa se desprende de la necesidad de liderar y transmitirle a la sociedad los objetivos del gobierno. Como lo define Joseph Nye, un líder lo que hace es ayudar a un grupo a crear y alcanzar objetivos compartidos. Eso se logra por medio de la narrativa.

Alberto supo liderar en la etapa inicial de la pandemia, en una coyuntura por demás complicada. Luego el rey comenzó a quedar desnudo cuando no supo explicar su decisión (o anuncio) de expropiar Vicentin (aún cuando había mucho para explicar, desde qué sucedió con la empresa hasta qué se pretendía hacer con ella y para qué). Ese fue un punto de inflexión para su liderazgo. Sacó de la cuarentena al puma de la polarización y aunque no le dio de comer, nunca más pudo devolverlo a la jaula. Alberto fue víctima pasiva de la polarización que ya estaba allí y a la que no supo ni desarmarla ni aprovecharla.

Javier Milei, además de narrativa tiene el ejercicio permanente de la polarización. La alimenta a diario y ésta a su vez fortalece su posición dentro del tablero político argentino.  La intrascendencia no es una opción. Milei siempre está en boca de todos. Eso lo logra en base a posturas polarizantes y marcadas por el tono hostil y confrontativo. No hay lugar para los puntos medios.

El gobierno tiene argumentos, pero sobre todo, y por medio de la polarización, juega en el campo de las creencias, pasiones y prejuicios. Entiende más que nadie el clima de época para la opinión pública, según el cual más que nunca opinamos lo que sentimos. Los principios que explica Drew Westen en El cerebro político están más exacerbados que nunca, llegando al paroxismo de vivir la política como una religión.

El Frente de Todos se resignó a no liderar a la sociedad. No se explicó Vicentín, y luego tampoco “la cuarentena eterna” (porque ya entonces estaban a la vista los resultados negativos de la extensión de la cuarentena), tampoco el fracaso de la guerra contra la inflación ni la pérdida de poder adquisitivo. No pudieron explicar porque no tuvieron un discurso unificado y por lo tanto no tuvieron una narrativa. No hubo conducción, ni del que tenía la birome ni de la que tenía la tinta. 

Milei centraliza su gestión, personaliza en su figura, alimenta la polarización y extiende una narrativa propia, como un tapete por el que la sociedad debe transitar para llegar al gran objetivo de la reconstrucción nacional. En suma, mientras que el Frente de Todos se resignó a administrar el caos intentando cuidar a la gente con un “Estado presente”, Milei tiene una narrativa estructurada, polariza permanentemente y le explica a la sociedad el camino a transitar. Será un neófito en política, pero cumple con uno de los requisitos fundamentales para su ejercicio: liderar.

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